martes, 4 de enero de 2011

Déjame que te cuente un secreto; la grandeza de la vida no se puede medir, ni en kilómetros, ni en millas náuticas, ni en horas de vuelo. Lo verdaderamente grande es vivir, lo verdaderamente maravilloso es compartirlo, y aunque viviéramos 200 años no dejaríamos de sorprendernos. 
Quiero refrescarte todo aquello que sabías cuando eras un niño y que quizás ahora no tengas tan claro; la vida es demasiado corta como para desperdiciarla, así que mientras estés aquí, aprovecha cada una de sus etapas. 
Relájate. Disfruta. Observa. Deja que el sol acaríciese tu nuca. Abre los ojos: la tierra es perfecta y está ahí fuera esperándote. Ella pone el gran escenario, pero la magia depende de ti. Conserva tu identidad. 
Ríete todos los días, porque lo que hace inolvidable un paisaje son tus ojos y lo que hace inolvidable un momento es tu actitud. Lo importante no es cuando cambio tu forma de ver la vida, sino cuando volverás a cambiarla. Vive. Cuantas más experiencias tengas, más grande será tu alma. Corre, pero sin prisa. 
La vida se va volando mientras haces planes y luego no da tiempo a ponerlos en marcha. Viaja. Vive una gran aventura. Cuando tengas 80 años necesitaras historias que contarle a tus nietos. Enamorate. 
Olvídate de medir tu tiempo en horas, días o años. Eso sólo servirá para distraerte de lo verdaderamente importante: vivir. Así que, créeme cuando te digo que te olvides de las medidas de las cosas y elige: decidas lo que decidas, vive haciendo realidad tus sueños y así cuando eches la vista atrás, sólo te podrás arrepentir de lo que hiciste, que es mejor que arrepentirse de lo que dejaste de hacer.

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