Están siempre ahí. Jamás fallan. Vayas donde vayas, ahí que van,
dispuestos a darlo todo. Acuden al cine para toserte a la oreja, al
teatro para disputarte el reposabrazos y a ese concierto para taparte
justo el ángulo de visión donde está el cantante. Bloquean las
carreteras cada fin de semana, el transporte público todas las mañanas,
se llevan el último periódico y se suben al ascensor muy rápido para que
no te dé tiempo a cogerlo. Crían a sus hijos para ocupar el asiento que
está justo detrás de ti cada vez que tomas un vuelo intercontinental.
Roncan cuando necesitas dormir. Hablan cuando necesitas silencio. Y eso
sí, en cuanto buscas su compañía, desaparecen.
Si te fijas, siempre esperan a que salgas a la calle para caminar
dos metros por delante, fumando pipa. Y si te gusta la pipa, fuman puro.
Y si también te gusta el olor del puro, pues fuman otra cosa. Hasta que
encuentran el humo que te haga entrar náuseas. Y si no hay humo que lo
consiga, entonces pasarán al plan B y probarán dándole rienda suelta a
su halitosis o a su olor corporal. Y así todo el rato. Por cierto, eso
que ves ahí no es que hagan cola, es que están dibujando una flecha
humana que señala tu siguiente destino, el lugar donde estás a punto de
perder los próximos minutos de tu vida. Ellos son así.
No se saben tu nombre, ni falta que les hace. No te confundas, no es
ni siquiera ignorancia, es desinterés. Saben de sobras por dónde te
mueves, y con eso les basta para hacer bien su trabajo. Si les
preguntas, te dirán que no, que su función no tiene nada que ver
contigo. Que son médicos, astronautas, estudiantes, alpinistas,
samuráis. Pero no te creas nada, es todo una tapadera. Su misión en la
vida la tienen muy clara. Están programados para ello. Y no van a parar
hasta conseguirlo.
Son los demás. Cargo que les fue asignado en cuanto nacieron siendo
cualquier otro menos tú. Cargo que desempeñan sin conocimiento de causa y
con el que van a tener que apechugar el resto de su vida.
Los
demás, por definición ese incordio, coñazo y estorbo con el que encima
no tenemos más remedio que convivir. Inventamos nuevas tecnologías no
para progresar, o para llegar más lejos ni siquiera para comunicarnos
mejor. Inventamos chismes y servicios para estar con los demás sin tener
que aguantarlos. El home cinema es un cine sin los demás. El coche
revolucionó el siglo pasado porque nos permitió llegar a los sitios sin
los demás. Y ya no digamos la moto. Pero es que el e-mail es el mensaje
con los demás bien lejos. Las redes sociales son una conversación, sí,
pero sin tener que soportar ni el olor ni la presencia de los demás. Y
qué es el móvil sino una puertecita inventada por Lewis Carroll por la
que entran y salen los demás. Sólo aquéllos privilegiados que pueden
comer tus galletitas, claro.
Y sin embargo, de tanto en tanto, un demás irrumpe en tu vida y sin
saber muy bien cómo o por qué, deja de serlo. Ese día te giras y hasta
puede que te preguntes cómo fue posible que vivieses pensando que esa
persona era parte de los demás.
Sin embargo, de tanto en tanto, son los demás los que nos proveen de
nuevos puntos de vista, ya sea a favor o en contra de lo que creemos
ser. Son los demás los que jamás nos podrán decepcionar, porque antes
deberían dejar de serlo. Y son los demás los que, algún día, seguramente
nos sorprendan y nos hagan crecer. Gente que se convierta en personas. Y
viceversa.
No sé en qué momento ocurrió, cuándo se nos fue la pinza y llegamos a
creer que el verdadero lujo era un espacio cada vez más vacío. Pero
cuanto más nos alejamos de los demás, más nos dimos cuenta de que ellos
eran los únicos de los que podíamos aprender. Y ahora toca recuperarlos.
De un tiempo a esta parte, un grupo de demases nos está enseñando
que sí se puede. Que Goliath tuvo siempre los pies de barro y que aquí
el emperador jamás se vistió. Y encima, por el camino, nos recuerda
palabras como el escrache, tan fea en su significante como bella en su
significado. En el momento de escribir estas líneas, todavía nadie les
ha dado públicamente las gracias. A demás.
Y es que, por injusto que parezca, en tu vida conocerás sólo dos tipos de personas: las que algún día echarás de menos. Y los demás
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